
Todo acaba.
Y al final,
todas las obras acaban.
Las de teatro, las de la construcción, y las de un corazón roto que tenía prohibido el paso.
Al final,
todo descansa.
Los actores exhaustos por la mejor representación de su vida, los obreros cansados de tantas horas de esfuerzo y el corazón, que tras tantas heridas de guerra, al final, tan solo ve cicatrices que algún día dudó si sanarían.
Y es que, como siempre digo, al final llega la calma a un corazón que sabe que ha hecho las cosas bien. La vida devuelve todo. Algunos lo llaman karma. Yo tan solo justicia.
Mi corazón, víctima de unos ojos verdes abrumados por el miedo consiguió salir a flote sin chaleco salvavidas. Tras tantas heridas de guerras en las que no quería luchar, encontró una aliada en la batalla.
La llamó calma, aunque comúnmente se conozca como amor propio.
Y a día de hoy, se mira en el espejo y se reconoce. Con heridas de unos miedos arraigados al pecho, con los lunares que algún día rozaron sus yemas, con cicatrices que hoy ya cuentan el final de la batalla que venció la calma.
Y es que nada es para siempre, lo bueno deja flores en el pecho y lo malo cicatrices, pero sea como sea, siempre gana el amor propio.